I-
Yang, el androide comprado por Jake (Collin Farrell) y su esposa Kyra (Jodie Turner-Smith) para enseñar a su hija adoptiva Mika (Malea Emma Tjandrawidjaja) historias sobre la China, es en realidad un humano.
Jake observa, ¿revive?, las memorias almacenadas en la cámara de Yang (Justin H. Min) y descubre que detrás de ellas, hay alguien, una persona que sintió, que amó, que sufrió tal como lo hacemos los que hasta ahora hemos sido llamados humanos. Entonces, Jake se da cuenta de que los androides son como nosotros, no sólo son objetos que desechar luego de que dejan de funcionar, sino espacios de conciencia cuya existencia es un milagro que debe apreciarse y recordarse. En esas memorias, Jake descubre que Yang amó a un clon humano, Ada (Haley Lu Richardson) tal como él ama a su esposa. La empatía nace de descubrir que otros sienten nuestro mismo dolor o el mismo fuego que el amor despierta en nuestras venas.
Al final de la película, cuando es claro que Yang no podrá ser revivido, Jake cambia de opinión y decide no regalar el cuerpo del androide que iba a ser exhibido en un museo. Ahora Yang no es una máquina, es un semejante. Jake siente la misma indignación que muchos de los familiares de los prisioneros chinos cuyos cadáveres fueron usados en la famosa exhibición Bodies.
II-
Jake descubre la inmortalidad al revivir el amor de su hija tras los lentes de un androide.
Sentado en su sillón, Jake revive las memorias almacenadas en Yang. Allí descubre a su propia hija en un parque, jugando, riendo. No es sólo un proceso de observación, al revivir las escenas, sonríe otra vez con Mika y una vez más su corazón se enternece. En medio de lo que parece ser una vida algo gris, Collin Farrell casi nunca sonríe en la película, Jake descubre la alegría en las memorias de Yang que, de alguna forma, son también las suyas.
Si la vida tiene sentido, si ese ínfimo espacio de tiempo entre la vida y la muerte tiene algo de sentido, es porque existen momentos en los que la belleza nace tras la sonrisa de quienes amamos. Descubrir la belleza, en la memoria de Yang, asoma a Jake a la inmortalidad. La memoria puede sobrevivir a la muerte.
Al revivir las memorias de Yang, Jake descubre que su antiguo androide no sólo tuvo otra vida en la que fue comprado por una mujer llamada Nancy (Deborah Hedwall), sino otra existencia aún anterior en la que conoció a una mujer llamaba Ada (¿una versión femenina de Adán), de quien fue clonada la Ada con quien Yang tuvo una relación antes de morir. Las memorias pueden preservarse, habrá pensado Jake, transmitirse, continuarse. Es esa cadena interminable de vivencias recordadas la que nos permite soñar con algo parecido a la inmortalidad. En el filme, Yang recuerda que para Lao Tzu lo que la oruga llama muerte, es para todos los demás una mariposa. La conciencia de nuestra individualidad perecerá, mas no nuestras memorias. Somos inmortales, pero jamás lo sabremos.
III-
En la cotidiana diversidad de su existencia, Jake descubre su individualidad.
Como miles de personas, Jake y su familia, incluido Yang, compiten cada semana en un concurso de baile que ganan quienes más sigan la forma de bailar establecida por el concurso. No es la originalidad lo que se premia, sino la sumisión a las reglas. En una sociedad en la que todos parecen actuar igual, a pesar de la diversidad generada por la aparición de seres humanos clonados y androides, Jake compra a Yang para que su hija adoptiva desarrolle su identidad aprendiendo la cultura china de sus padres biológicos.
¿Qué somos como humanos?, ¿qué nos distingue de los clones?, ¿algo nos distingue?, ¿moriremos igual que las máquinas que se comportan como nosotros y que se dañan a menudo?, quizás se pregunte Jake. Al fin y al cabo, detrás de su repudio hacia los clones y de su aparente indiferencia después de la muerte de Yang, quizás esté la angustia de ser otro más, no sólo entre seres humanos, sino entre objetos cuyas piezas pueden intercambiarse y venderse sin más.
Jake, sin embargo, descubre las memorias de Yang y encuentra allí su identidad. Varios recuerdos de Yang son sobre momentos que él mismo Jake recuerda, pero a su vez son memorias diferentes. Lo sabemos porque la película nos las enseña como dos recuentos diferentes del mismo acontecimiento. Con genial sutileza, el filme muestra las memorias que despiertan otras memorias. “Nuestros sentidos se almacenan, para nunca ser los mismos. Nos susurran. Ellos existieron. Podemos ser, y ser mejores, porque existieron,” confiesa Ada.
Visitando la memoria de un androide, Jack descubre su propia individualidad. Recordando que alguna vez Yang dijo que era hermoso verlo hacer té, encuentra que su vida está en esos breves momentos en los que ha amado; que, así como el té se breva con el agua, nuestra existencia se crea con la memoria de los momentos en que hicimos más bello todo lo que nos rodea.
CODA
El enigmático director de cine surcoreano Kogonada ha dirigido, y escrito junto Alexander Weinstein, una bella película sobre la humanidad. Un filme con profundos y elaborados planos que se pregunta por quiénes somos, por nuestra relación con la memoria, con nuestra identidad, con la muerte. Es una película profunda sobre temas perennes, una que despierta innumerables historias e inquietantes preguntas en quienes las vemos, una, sin duda, obra maestra.
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